miércoles, 12 de septiembre de 2007
Camino a la Libertad Interior
Llegó un momento en que me pregunté: ¿Y qué tal si enfrento el resto de los días desde el silencio total?
No obtuve respuesta.
Volví a preguntar: ¿Y qué pasa si ya no opino más y dejo que todo suceda sin que lo estorbe o intente modificarlo?
No obtuve respuesta.
Muchas veces me hice preguntas siempre pensando cómo obtener la calma y la paz total. Nunca obtuve respuestas.
Finalmente, pasé mucho tiempo sin preguntar nada. Sin dudar ni aspirar a nada.
De pronto me sentí tranquilo y satisfecho. La respuesta había llegado sin que yo la preguntara.
lunes, 10 de septiembre de 2007
La Fiebre del Náufrago
¿Cómo se puede entender que el oficio de la escritura, como cualquier oficio, se practique con tanta irregularidad?
Pues me ha sucedido. He debido soportar largos días, (y hasta semanas) sentado sobre mi tabla de náufrago, en medio de la mar inmensa, sumido en el más oscuro de los silencios, con la vista fija en el horizonte, a ver si aparece un barco (o un pequeño bote) que me salve y me lleve hasta la orilla.
Me crece la barba. La ropa se me deshace en jirones. Nada. La monotonía es absoluta y cunde la desazón. Moriré de fiebre o de silencio total. Quise ser un gran escritor y no soy más que un escribidor a tientas. Uno que se quedó a mitad de camino.
Quise rendirme. Pero cuando ya me acomodaba para que la muerte me encontrara confesado, me vino una ira de esas incontenibles. Me levanté con tanta energía que perdí el equilibrio y fui a chapotear en el agua fría. Pude entender que a pesar de mi cambio de ánimo seguía siendo el mismo navegante sin embarcación.
Con el cuerpo frío y el orgullo empapado empecé a bracear.
Llevo varios días en esto de buscar la costa. Aún no veo nada en la línea del horizonte, pero el agua es menos espesa y el clima empieza a ser algo más benigno. Sobre todo, tengo la certeza que avanzando se llega a la meta.
Lo bueno es que antes de peder la calma pensaba que me iban a recibir como un héroe de película cuando llegara a puerto. Ahora apenas aspiro a una pequeña playa desierta con un bosque que me dé la sombra suficiente para no morir antes de tiempo.
Nada como morir en el momento justo.
Pues me ha sucedido. He debido soportar largos días, (y hasta semanas) sentado sobre mi tabla de náufrago, en medio de la mar inmensa, sumido en el más oscuro de los silencios, con la vista fija en el horizonte, a ver si aparece un barco (o un pequeño bote) que me salve y me lleve hasta la orilla.
Me crece la barba. La ropa se me deshace en jirones. Nada. La monotonía es absoluta y cunde la desazón. Moriré de fiebre o de silencio total. Quise ser un gran escritor y no soy más que un escribidor a tientas. Uno que se quedó a mitad de camino.
Quise rendirme. Pero cuando ya me acomodaba para que la muerte me encontrara confesado, me vino una ira de esas incontenibles. Me levanté con tanta energía que perdí el equilibrio y fui a chapotear en el agua fría. Pude entender que a pesar de mi cambio de ánimo seguía siendo el mismo navegante sin embarcación.
Con el cuerpo frío y el orgullo empapado empecé a bracear.
Llevo varios días en esto de buscar la costa. Aún no veo nada en la línea del horizonte, pero el agua es menos espesa y el clima empieza a ser algo más benigno. Sobre todo, tengo la certeza que avanzando se llega a la meta.
Lo bueno es que antes de peder la calma pensaba que me iban a recibir como un héroe de película cuando llegara a puerto. Ahora apenas aspiro a una pequeña playa desierta con un bosque que me dé la sombra suficiente para no morir antes de tiempo.
Nada como morir en el momento justo.
martes, 12 de junio de 2007
DESPLUTONIZACIÓN
Hace casi un año, un planeta fue defenestrado de su condición de tal. Científicos ansiosos de figuración, autoproclamados censores planetarios, relegaron a Plutón a uan condición menor como si nuestro malherido planeta fuera el centro del universo. ahí tuvo su origen el siguiente texto. Mientras no surja un movimiento universal que lo reivindique, la lucha por los derechos de Plutón continuará vigente al menos en esta generación de cómplices vivos.
DESPLUTONIZACIÓN
Miren lo que son las cosas. Hasta hace pocos días eramos nueve planetas en un sistema solar que no le importaba a nadie. La famosa Vía Láctea está en un rincón perdido en uno de los barrios marginales del Universo. Nuestro Sol, por cuya ubicación y grado de importancia se mató a tanto hereje tirado a inteligente y visionario en tiempos que no se debía, es una estrellita tan importante como una ampolleta de 25 watts en medio de un estadio. Y alrededor de esa porquería insignificante, giramos nosotros, pequeño guijarro que depende de ese cabo de vela. Y nosotros decidimos sin asco ni vergüenza, degradar deshonrosamente a Plutón de su calidad de planeta. Nunca sabremos, porque somos soberbios, cuál fue el impacto de semejante noticia en la opinión pública plutoniana. Capaz que los plutonitas estén reventados de risa, (los que quisieron darle importancia a la desconocida terrícola) y estén explicándole a sus congéneres que no hay nada de qué preocuparse. Miren que venir a decirnos ellos lo que somos o no somos... ellos que hasta hace poco creían que Dios habitaba en el Cielo y que un tipo, por el simple expediente de su color de piel, era más que otro. Esos terrestres se están volviendo locos. (27 AGOSTO 2006)
jueves, 7 de junio de 2007
SONETO A GUERNICA
Este poema fue escrito hace 21 años, en Valdivia, cuando era un soñador estudiante universitario y formaba parte de una generación que se jugó la cabeza y el alma por una causa que sentíamos la más justa, la más pura. Hoy, de aquel grupo, somos apenas unos pocos los que seguimos creyendo en que el mundo puede ser distinto. pero vemos con orgullo cómo nuestros hijos levantan nuevas banderas impulsadas por vientos igual de fuertes y refrescantes.
Hundido en una pieza de la que tuve que huir a los pocos días, escribí este poema mirando una fotocopia del célebre cuadro de Picasso. La imagen me había llegado subrepticiamente con un mensaje de los jóvenes comunistas; el pequeño pedazo de papel doblado hasta el infinito me decía que aquella reproducción era un reconocimiento a una labor que había cumplido de manera correcta. Guardo en el alma aquel cariño de los jóvenes combatientes chilenos, mientras el dolor de los habitantes de Guernica caló como una herida más en mi corazón y se huele en cada verso de este poema.
SONETO A GUERNICA
(ABRIL DE 1986, frente al cuadro de Pablo Ruíz Picasso)
(ABRIL DE 1986, frente al cuadro de Pablo Ruíz Picasso)
Este sabor viejo a derrotas
A salones desiertos, a callejones
Este viejo olor a aviones
Sobrevolando ciudades rotas
Es el mismo caballo, el mismo toro.
Es el mismo quiebre de España.
Es la ruina, la tremenda saña
De Franco, del cura, del moro.
Este viejo olor a muerte.
Este puño golpeando al vacío.
Este dolor grande, ni tuyo ni mío,
Es Guernica rendida a su suerte
Es Guernica, amapola destruida
Es Guernica, no muerta, sino dormida.
A salones desiertos, a callejones
Este viejo olor a aviones
Sobrevolando ciudades rotas
Es el mismo caballo, el mismo toro.
Es el mismo quiebre de España.
Es la ruina, la tremenda saña
De Franco, del cura, del moro.
Este viejo olor a muerte.
Este puño golpeando al vacío.
Este dolor grande, ni tuyo ni mío,
Es Guernica rendida a su suerte
Es Guernica, amapola destruida
Es Guernica, no muerta, sino dormida.
miércoles, 6 de junio de 2007
LAS JOYAS DE SANTA ELVIRA
Santa Elvira era una dama que vivió hace mucho tiempo perdida en medio de la oscuridad del medioevo. Su alegría rondó durante muchos años el monasterio donde fue monja y abadesa. Deslumbraba su fervor por la vida y su firme amor por Cristo. Santa Elvira fue una mujer dulce y buena. Una virgen en toda su dimensión ética. Sin embargo, nada de esta dama nos interesa a la hora de escribir este relato, porque sus joyas no fueron materiales y a nosotros sí nos interesan las joyas que este par de maleantes roba desde la caja metálica que estaba oculta bajo la cama de Isadora Espejo, la viuda prestamista de la calle Santa Elvira, entre Sierra Bella y Carmen. Isadora nunca supo que su calle llevaba el nombre de alguien con tanto valor espiritual, porque la verdad es que nunca le interesó como tampoco nos interesa a nosotros (a ti y a mí) que nos hemos congregado para darle vida a este cuento (tú leyendo, yo escribiendo). A Isadora nunca le interesará, porque cuando se despierta con el cachetazo de viento que le llega desde la ventana rota, se da cuenta que han entrado y salido mientras ella roncaba su sueño prestamista y se han llevado sus joyas, su dignidad, su futuro, su única alegría en la vida. Se da cuenta que se le dio vuelta la tortilla y ya no podrá gozar hasta sentir cosquillas en la entrepierna con el llantito agudo del espéreme hasta la próxima semana, que ya estoy que consigo la plata, y ella les decía que no a todos, que aquí no sirve de nada que te conozca hace años o que tú seas mi hermano. Al fin y al cabo no te elegí como hermano y si me debes, me pagas y seguimos tan hermanos como antes. Y en su cara agria se dibujaba el gesto de dominio del mundo. Pero ahora, ese par de canallas, que entraron a su casa y se llevaron sus joyas mientras roncaba como ballena varada, se divide las escasas monedas conseguidas con la venta del botín y se junta a beber en un bar de mala muerte a la altura de avenida Santa Rosa, que era otra santa que hizo del propio sufrimiento físico una forma de amor del dios de sus pasiones. Pero nada era comparable al dolor físico que sentía la vieja Isadora, sentada en una silla de mimbre mirando por la pequeña ventana rota de su cuarto, preguntándose por qué a mí, señor.
EL CAPÍTULO QUE CORTÁZAR NUNCA QUISO ESCRIBIR
No es necesario buscar algún parecido entre estas cosas que escribes y lo que hizo Cortázar en su momento. Resulta evidente que por ahí viene la “inspiración” y no está mal. No lo creas. No te recrimines. Desde hace tiempo vienes jugueteando con cuentos cortitos y no te has atrevido a escribirlos por temor a que se te pierdan, llegue un día cualquiera y les digas ya, se me quedan aquí todos juntitos y no se mueven hasta que yo vuelva. Entonces esperan que te vayas de la habitación. Te miran en silencio con las letras bien abiertas. Y cuando cierras la puerta, se escucha en sordina un hurra de felicidad y los pequeños cuentos se levantan y se cuentan entre ellos y no paran de contarse porque son muchos y cada uno tiene un tema distinto y, además, se creen el cuento. Todos menos uno. Un cuento triste y cojo, que no tiene final y está borroneado desde la primera palabra. Para colmo no tiene título. Es decir, si alguien lo llama, sólo lo llamará cuento, texto, papel con garabatos, eso-que-escribiste, bosquejo. No como esos otros que se llaman En Busca del Tiempo Perdido, Las Joyas de Santa Elvira, Caer Como Levantándose y otros nombres que son los de sus hermanos. El está triste y se aparta. Entonces llega a la sombra de un viejo libro, grueso como un árbol centenario. Como puede el texto inconcluso le mira la frente y dice Rayuela, porque así se llama. El gran libro le abre sus páginas y el borrador se mete entre la ciento catorce y la ciento quince y siente que está abrigadito y que si se esfuerza puede que crean que es otro capítulo de esos que escribió Cortázar y quedaron a medias, pero que juntitos hacen un libro tremendo al que nadie se atreve a desafiar.
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Era un segundo que caminaba con toda calma por el centro del tiempo, cerca de la Avenida Principal, donde trabajaban todos los instantes. Caminaba despreocupado y feliz. De pronto cayeron sobre él los minutos policías que venían bajo las órdenes de una hora magnífica vestida de impaciencia, que leyó la sentencia al segundo capturado:
Se te acusa de negligencia y desamparo. Irresponsable y sosegado. Se te condena a volver a tu lugar en el reloj que te asignaron. Y tomaron al segundo que miraba entendiendo todo, porque desde que era un momento en la preparatoria, le enseñaron que no hay tiempo que perder.
Se te acusa de negligencia y desamparo. Irresponsable y sosegado. Se te condena a volver a tu lugar en el reloj que te asignaron. Y tomaron al segundo que miraba entendiendo todo, porque desde que era un momento en la preparatoria, le enseñaron que no hay tiempo que perder.
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