Era un segundo que caminaba con toda calma por el centro del tiempo, cerca de la Avenida Principal, donde trabajaban todos los instantes. Caminaba despreocupado y feliz. De pronto cayeron sobre él los minutos policías que venían bajo las órdenes de una hora magnífica vestida de impaciencia, que leyó la sentencia al segundo capturado:
Se te acusa de negligencia y desamparo. Irresponsable y sosegado. Se te condena a volver a tu lugar en el reloj que te asignaron. Y tomaron al segundo que miraba entendiendo todo, porque desde que era un momento en la preparatoria, le enseñaron que no hay tiempo que perder.
Se te acusa de negligencia y desamparo. Irresponsable y sosegado. Se te condena a volver a tu lugar en el reloj que te asignaron. Y tomaron al segundo que miraba entendiendo todo, porque desde que era un momento en la preparatoria, le enseñaron que no hay tiempo que perder.
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