Hasta entonces
era silencio.
Libros y silencio,
largas tardes y silencio;
invisible
hasta el aburrimiento
en un lugar invisible,
entre los retamos y
los cercos de madera.
Entonces llegaron los versos
llegaron como
un río espeso y desconocido
con clandestinas corrientes
submarinas.
Entonces
mi alma escondida de ingeniero
armó la estructura
el canal donde
los versos debían llegar
a un océano sin nombre.
Palabras, palabras, palabras
salidas de los cajones,
de las miradas inquietas,
como pájaros salvajes,
como gorriones o zorzales,
buscando el signo adecuado
la verdadera
significación
el imperturbable significado.
Así
me llegaron hasta
convencerme en su enredadera,
decirme que podía decir
sin esperar que me vieran.
Entonces
imaginé mi postura
como un caballero quieto
bajo un puente o en una choza
perdida donde estaba
el centro del mundo.
Surgí
de esa manera
para el amor
o el combate.
A dura penas se abrió
el clavel de mis
profundidades.
Fui de la soledad.
En los primeros versos
de la muerte y lo antiguo;
de lo aceptable; de la forma, antes que
el continente me llame
con la garganta rota.
Y una mañana apareció
con sus lentes negros
con su voz de arcoiris
y su cara de nieve;
parecía avanzar como
si no estuviera vivo
en esas calles pequeñas
con olor de puerto,
con sabor de trasnochadas.
Apareció y nadie
sabía quién era él,
que venía abriéndose camino
con la poesía
"como una lámpara colgada en el
techo de la filosofía".
Tal vez por
su nombre antiguo
su apellido multitudinario
o por
su estatura
de niño abandonado,
fugitivo de piratas,
sobreviviente de calabozos
que nadie hizo de él
una estatua
o porque no creyeron
que moriría joven
porque no mueren
los que no pueden
se quedan
congelados frente a un lago
mirando desde lejos las nubes.
Escriben como condenados
y nadie se entera
de sus temas y sus olvidos.
Y pocos saben
que se llama
Aristóteles España
que salió de Dawson
Tal como entró
con sus ojos liceanos
con un mechón sobre los ojos
y una camisa oscura.
Dentro suyo bailaban
la poesía y los viejos verseros
de una historia no contada.
Tras de su pulso
un reloj de ancianos de la tribu.
Tras de sus manos
un lápiz y un cuaderno.
En mi corazón de poeta
tempranero y medio niño
un desconocido Aristóteles España.
Ahora
viejo y poeta
le escribo
cuando él es ceniza.
Ahora (le escribo)
No después.
AHORA.
(Homenaje siempre tardío, siempre merecido, a mi primer gran maestro en la literatura. Abrazos y sentidas reverencias en memoria de Aristóteles España, poeta de Castro, nacido en 1955 y fallecido en 2011, en Valparaíso. Parte importante de su obra y su reconocimiento es en Punta Arenas, donde dejó un legado enorme entre la juventud magallánica que pudo conocerlo de manera personal.)

