Así
después de tantos
años preguntando
por qué por qué por qué
mi poesía parece deshecha,
rudimentaria
(pobre como un perro vago)
y las conclusiones aparecen
como un mendigo a la vuelta
de cualquier esquina,
y me dicen -en lenguaje de señas-
o en gritos de vieja habanera
que la poesía de aquellos años,
la que hacía a diario y
me ponía feliz:
Escapaba
hacia el silencio ahogado
de los lugares en cada casa,
en cada calle,
sermoneando las tardes frías,
respirando discusiones señoriales.
Entendí que la sangre tiene un olor conocido,
que sus palabras son ocres, que su cuerpo
siempre tiene una mirada como ausente
y, a su espalda,
se abrazan cómplices los convocados:
se reconocen los vencedores y los vencidos;
se enemistan reconcilian moros y cristianos.
La poesía entonces
la que hablaba de cosas simples,
las que de tanto ocurrir, por simples ocurrían,
era inofensiva, a nadie le dolía.
Cuando hablaba de muerte
era de la propia.
Esa poesía
no manchaba, no dejaba huellas,
no cambiaba el color de cielo,
no hacía llover,
no traía tormentas, no llenaba de nubes.
No había truenos
ni tardes imposibles.
Así me hice combatiente y combatido
-me di vida-
me puse en acción y se detuvo el silencio.
Entendí que la muerte estaba cerca
de todos los almuerzos,
que siempre había alimañas reposando bajo las mesas,
dispuestas al ataque.............